domingo, 26 de abril de 2009

¿Escuela para el tercer milenio? por Eloy Reverón


Los modelos educativos implantados en Venezuela se han inspirado en la experiencia de países con ideosincrasia disímil a la nuestra. Lo relevante es que todos, tanto en Venezuela como en el exterior, han fracasado a la hora de enseñar habilidades esenciales como fomentar la autoestima, el desarrollo de la libertad, de la esperanza, la conciencia y la creatividad.
Nuestra educación ha dividido el conocimiento en asignaturas, desligándolas unas de otras, fraccionando, como consecuencia, a la mente y al espíritu. Su carácter autoritario e impaciente por los resultados anula el placer por descubrir y resolver misterios ante los temores generados por la atención al reloj. La escuela reprime cualquier expresión de enojo, frustración y pena, que al final son el combustible que nos mueve a querer transformar el mundo cuando somos jóvenes, y a querer transformar a los jóvenes cuando envejecemos.
La escuela confina la infancia, sociabilidad y sentidos a un territorio limitado a cuatro paredes y un pizarrón. De espaldas al mundo real, como en la caverna del mito de Platón; es como estudiar la teoría musical con tapones en los oídos, o memorizar el pentagrama sin haber escuchado jamás una nota. Una situación que nos habitúa a hacer lo que no nos agrada y cuando no nos provoca. Hemos carecido de la posibilidad de captar el conocimiento mediante las vivencias de manera intuitiva, para luego, o de manera simultánea, armonizarlas con la reflexión teórica.
¿Para qué sirve una escuela que habitúa a memorizar información sin enseñar a pensar y a reflexionar e insiste en separar la disciplina de la intuición para someter el espíritu a las reglas? La escuela fue diseñada para entrenarnos a enfrentar a un mundo incapaz de imaginar las potencialidades del cerebro humano, menos soñar con los recursos audiovisuales cada vez más sofisticados presentes en cualquier parte, pero que a duras penas llegan a la escuela.
Las nociones elementales adquiridas en la escuela tradicional, a excepción de la gramática, matemática y geometría, se nos presentan como un conjunto informativo correspondiente a un mundo estático propio de una época cuando el saber era considerado estable y cierto; para colmo, los textos y las enseñanzas llevan un atraso considerable con respecto a lo que ya se maneja en cualquier área de conocimiento. Salvo raras excepciones la educación se interesa por los avances, la investigación de vanguardia o las opiniones minoritarias. Después de todo la escuela fue diseñada para ofrecernos una modesta instrucción, más no para crear genios, o para desarrollar nuestras potencialidades.
Los últimos adelantos acerca del conocimiento del cerebro humano, su funcionamiento y desarrollo de sus potencialidades, tendrán que generar cambios sustanciales en nuestra manera de aprender y de enseñar. Los especialistas están en la necesidad de cambiar los paradigmas, porque al fin están reconociendo que los actuales están mellados.
El mundo de hoy nos exige desarrollar habilidades para identificar y resolver problemas; manipular y analizar símbolos; y para crear y manejar información. En virtud de estas necesidades la labor del maestro comienza al rodear al pupilo de un ambiente fraternal y armonioso para afrontar las tareas más difíciles, estimulándolo y orientándolo hacia la libertad, la unidad, la interdependencia y la responsabilidad compartida.
El reto para los educadores consiste en diseñar un sistema que motive al educando a mantenerse despierto y autónomo, dispuesto a explorar y cuestionar todos los laberintos de la experiencia consciente e inconsciente, a investigar el sentido de todo, a la comprobación de los límites de lo aparente, y a comprobar las profundidades de su propio ser y que fomente la autotrascendencia.
¿Cómo podemos despojarnos de los prejuicios y convicciones automáticas grabadas en un yo dormido? Es preciso reeducarnos de manera más rigurosa, tanto en lo humano como en lo intelectual: una autoeducación que nos exponga al misterio que mora en nuestro yo interno, que genere un potencial capaz de resolver graves problemas con sólido arraigo científico, que contemple el conocimiento de lo específico dentro del sistema total de la mente y el cuerpo.
El problema está en poder concebir una formación más interesada en la naturaleza del aprendizaje que por los métodos de instrucción, comprender que se trata de rescatar el saber como fin y como un valor esencial, y no como un medio para pasar los exámenes u ocultar la ignorancia para obtener un lugar en la sociedad.
Debemos internalizar que el compromiso con el aprendizaje nose puede limitar a las aulas, porque aprender es un proceso que nos acompaña durante toda nuestra existencia, como respirar. Su oxígeno se capta de los maestros y nos acompaña el resto de nuestras vidas; las lecturas, tareas y los programas educativos de TV deben ser vistos como entrenamiento para vivir; el cálculo matemático debe ser asimilado como gimnasia mental para solucionar problemas; el manejo de la gramática como la clave para poder expresarnos con el lenguaje escrito y desarrollar la comprensión de la lectura para crear y manejar información, además de facilitarnos la comprensión de otros idiomas; el desarrollo de habilidades musicales e histriónicas, y la apreciación del teatro, el cine y todas las manifestaciones artísticas cultivan un ser humano sensible a la sanidad mental. Lo relevante está en darnos cuenta de que la escuela debería ofrecer los elementos de un proceso que nos enseñe cómo aprender.
Ha llegado la hora de comenzar a prestar atención a los aspectos más convenientes, a abrir el entendimiento más que a grabar información, a comprender la diferencia de la información en distintos contextos, y saber que lo que hoy se conoce como cierto, mañana puede cambiar, pero la sabiduría real es la única que nos proporciona la libertad.

Eloy Reverón, en: El Universal. Caracas, domingo 04 de enero, 1998